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San Luis

Con dos casos de coronavirus, la comunidad menonita resiste con temor a la estigmatización

Tras la confirmación de dos casos positivos de coronavirus entre integrantes de la comunidad menonita de San Luis, la colonia se encuentra en el centro de la información local y bajo la mirada atenta de sus contactos directos, los habitantes de Nueva Galia, que resultó ser el primer pueblo de la provincia aislado por completo, en el contexto de la pandemia.

menonita

Por ello, viven días de inquietud, entre el temor a la estigmatización y el pesar por la paralización de su actividad productiva, que por el aislamiento los obliga a "tirar 3.500 litros de leche por quincena", se lamentan, y dejar de ganar los 800 mil pesos que suman a sus ingresos.

La comunidad está integrada por 70 familias distribuidas en las colonias de Santa Rita y Santa Clara, que comparten 9.500 hectáreas de un campo llamado El Tupá, en el que se instalaron en 2016, luego de vender todo lo que tenían en el Estado de Chihuahua, al noroeste de México, para "comprar estas tierras en el sur de San Luis", dicen, y establecerse como colonia menonita, a 265 kilómetros de la capital provincial.

Uno de estos pobladores es Abraham Blatz, que en dialogo con Télam muestra su preocupación por el aislamiento, que les propone un panorama "complicado" porque sobreviven de lo que producen y hoy no pueden "traspasar la tranquera del campo".

Los menonitas establecidos en San Luis son productores por excelencia de derivados de la leche: Cuarenta de las setenta familias se dedican a esa actividad que comienza "cada día a las 7 de la mañana", dice Blatz. El resto "hace carpintería, trabajan el hierro, el zinc, hacienda de cría y agricultura", agrega.

Si bien viven su cultura de manera diferenciada en el marco de la globalidad, mantienen contacto con los pueblos vecinos y las ciudades de la provincia debido a que su producción cruza fronteras y es por eso que temen que sus relaciones se vean "afectadas" luego de la pandemia.

Sin embargo, Blatz no pierde la calma y relata que hasta el 25 de marzo, cuando el gobierno provincial confirmó los dos casos positivos de coronavirus en la comunidad, su vida transcurría con visitas periódicas el pueblo de Nueva Galia, una localidad de 1500 habitantes distante a 20 kilómetros de la colonia.

Allí vendían sus quesos, encontraban empleadores para su fuerza de trabajo, ofrecían todo lo que producían y compraban insumos varios, para luego regresar a su lugar, donde tienen "tres escuelas primarias, una iglesia y la infraestructura productiva", explica Blatz.

No esperaban que los síntomas de un resfrío en una familia que había recibido visitas desde México desembocara en positivos de coronavirus y por eso recurrieron al centro de salud para monitorearse, como lo hacen habitualmente. Fue ahí que se encendió la alarma de la pandemia y otros once integrantes de la comunidad fueron testeados.

De todos ellos, un niño y un adulto resultaron contagiados, pero fueron tratados en su casa, en la misma comunidad. Si bien los restantes análisis dieron resultados negativos, la colonia y el pueblo de Nueva Galia quedaron totalmente encerrados hasta hoy, que pasarán a una etapa menos rigurosa de aislamiento.

Abraham Blatz reconoce que con la extensión de la cuarentena "esto se va complicando", porque además de la producción de leche que deben desechar, en la colonia hay familias recién llegadas, que aun "están limpiando su terreno y por lo tanto no tienen ingresos".

Asegura que la comunidad, que continúa bajo monitoreo, "está bien" y destacó la actitud del intendente de Nueva Galia, Sergio Moreyra, porque les alcanza "mercadería hasta la tranquera" para subsanar las faltas que les genera el aislamiento.

Moreyra, por su parte, caracteriza a la comunidad menonita como "integrada" a la sociedad, pero como ellos, también le teme a la "estigmatización" que siempre "existe cuando estas cosas ocurren", dice a Telam.

Venden "galpones, chimangos, silos, tinglados, muebles, jaulas para la hacienda", aclara el jefe comunal, pero su fuerte es la industria láctea y la producción de quesos que comercializan, ahora, a escala industrial, en una fábrica montada en cooperativa y "supervisada sanitariamente por el gobierno provincial", describe.

"Piden lo que necesitan a sus proveedores habituales y estos preparan los envíos que diariamente les alcanzo hasta la tranquera", relata. Y agrega: "No me bajo de la camioneta y luego la desinfecto antes de volver al pueblo".

Hace lo mismo con los ancianos y los comerciantes a quienes acerca su mercadería, como una forma de asegurar "cierta normalidad" entre los vecinos a quienes describe como "obedientes", ya que solo tuvo "dos detenidos" durante el aislamiento y "sirvieron como ejemplo para que después de las 21, no vuele una mosca", dice, en ese rincón provincial.

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